miércoles, 18 de noviembre de 2015

Rodeados de inhumanidad

Era obvio: iba a escribir acerca del atentado (o atentados) de París, o al menos lo usaría como pretexto para volver a mis pataletas y berrinches de izquierdista, que suelen resultar molestas para ciertas personas de ideología distinta, lo que, por otra parte, es positivo para nuestra vida política. Llevo varios días reflexionando qué y cómo escribir la enorme cantidad de reflexiones que he almacenado durante estos días y, pensando que he dado con la tecla, me dispongo a recoger aquí algo que creo que ha pasado por alto: la falta de humanidad que observo, ya no en los terroristas, de quienes es más que evidente, sino en quienes sufrimos, directa o indirectamente, estas atrocidades.

Tras los centenares de muertos, otros tantos heridos, las declaraciones de Hollande, el apagón de la Torre Eiffel y una noche para olvidar, saltó a mis ojos una noticia en los diarios europeos: un pasaporte sirio se encontraba en uno de los lugares en los que tantas personas perdieron ese día aquel derecho que abre la puerta a todos los demás, el derecho a la vida, un derecho que, lamentablemente, nos arrebatan nuestros gobernantes condenando nuestro medioambiente o simplemente rescatando bancos privados con dinero de todos, curiosamente esos bancos privados que con una mano recogen nuestro dinero y con otra desahucian familias que, casualmente, han pagado con sus impuestos la continuidad económica del banco. Sospechosas e indignantes paradojas aparte, la reacción de la mayoría de la gente, una reacción que yo, personalmente, pensaba improbable, fue acusar a los refugiados que Europa está recibiendo, con una insultante negligencia, por cierto, de la guerra de Siria. Unos refugiados que, en su país, día a día, con una pasmosa normalidad, sufren los mismos atentados, pero mucho más atroces, ya que países como EEUU, Francia o Israel llaman "justicia" y "democracia" a los asesinatos que perpetran fuera de sus fronteras y "horribles atentados" a lo que ocurre dentro de las mismas.

Sin embargo, hoy me dirijo personalmente a aquellas personas que se quejan de que Europa es demasiado buena, que pone la otra mejilla; sí, me dirijo directamente a vosotros. Alguien declaró que sufrimos los atentados por vivir en "Disneyland". Era Arturo Pérez-Reverte. Usted, Pérez-Reverte debería ser expulsado de su escaño en la RAE por su ignominiosa e inenarrable cara dura y desfachatez, la insultante insolencia de culpar a quienes murieron en París por "no abalanzarse sobre los terroristas". Perdone, señor Pérez-Reverte, hay gente que tiene miedo, aunque resulte novedoso para alguien tan "macho" como usted. Gracias a su fanfarronería ha quedado bien y suficientemente claro lo valiente, inteligente, capaz y especialmente idiota que usted es, pero, por favor, permítanos a los ciudadanos mediocres y despreciables morir con dignidad, ya que se le nota resentido por vivir una vida basada en la soberbia y el plagio. A estas despreciables personas, retomando el hilo, solamente os hago pensar, al menos por una vez en la vida, y situaros en la siguiente disyuntiva. Imaginaos que vuestra ciudad hoy comienza a ser bombardeada, como nuestros vecinos franceses dirían de forma tan irónica como indignante, "From Paris with love". Vuestro esposo o esposa, hijo o hija, hermano o hermana, padre o madre, han muerto. Empezáis a correr despavoridos por salvar vuestra vida, casi estáis a salvo, pero ante vuestra cara os encontráis con vallas, unas vallas que separan Europa de África y Asia y que diferencian al ser humano, nos diferencian en seres humanos con más derecho a morir que otros, porque bajo sus pies hay petróleo, un petróleo que vale más que sus vidas.

No, el problema no es de los refugiados, de ninguna manera. Es más culpable Pérez-Reverte, u Obama, uno por profanar la muerte de unas personas que hoy deberían seguir luchando por sus sueños, y otro por vender armas a un grupo de fundamentalistas para que establezcan unos gobiernos que les beneficien geopolíticamente en mayor medida a la hora de tener mucho dinero y poca vergüenza. Hay días que me arrepiento de ser humano. Días como hoy, mientras escribo esto, desearía ser un animal pacífico, como un ser humano que no cuenta con posesiones económicas o terratenientes, que no puede oprimir a otros y que gracias a él, y a otros seres humanos que viven en sus mismas condiciones de comuna, de colaboración, se mantiene la paz en el mundo. Hoy más que nunca añoro los tiempos de las lanzas, los taparrabos, las pinturas rupestres, el contacto con la Naturaleza y la recuperación de la humanidad. Gracias, dinero, gracias por convertirnos en monstruos. Gracias, Obama. Gracias, Hollande. Gracias, Pérez-Reverte. Gracias, Merkel. Gracias a todos vosotros, que intentáis corromper la hermandad humana. Gracias, porque día a día condenáis a nuestra especie. Así algún día, con suerte, desapareceremos, y Pérez-Reverte, Hollande, Obama o Merkel serán solo leyendas de aquellos tiempos en los que hubo una especie animal que se aniquiló por su sed. La sed de venganza y opresión. La sed de dejar de ser humanos.

sábado, 12 de septiembre de 2015

El Padrino I o la hipocresía religiosa

Casi dos meses hace que dejaba reposar mi voz tan propensa a increpar por medio de mis artículos en este blog, en parte porque la actualidad me parece actualmente aburrida excepto por la crisis migratoria, para la cual tengo pensado publicar algo, pero aún no sé si hacerlo aquí. Esta es la otra razón por la que no he publicado nada en prácticamente dos meses, y es que he iniciado otro proyecto junto a tres colegas con los que comparto opinión en ciertos aspectos, que se basa en la creación de un nuevo blog, del cual dejaré la dirección en este post, de temática parecida, pero con un par de añadidos: la reseña cinematográfica y la reseña literaria. De modo que a la apertura del susodicho, mi principal ocupación fue inaugurar ese blog personalmente y publicar una entrada mía, ya que mis compañeros lo hicieron hace unas semanas. Sin embargo, una vez inaugurado el otro proyecto y al fin de las vacaciones de verano, me propongo encauzar este mi primer proyecto, el cual empecé con mucha ilusión y, mientras no la pierda, pues no la he perdido, seguiré impregnándolo de mi más verídica opinión.

Dejo aquí el enlace, para quien quiera leer críticas de mis compañeros o la que tengo allí publicada: Vituperio 451.

Una vez explicada mi ausencia desde el día 17 de julio, me dispongo a exponer una nueva reflexión, y de qué mejor manera que con la última película que he visto, El Padrino I, incorporando así la nueva temática que he explorado en mi otro blog, en el que publiqué una reseña de Scarface, otra perla del género.

El Padrino I, por si algún lector aún no ha visto esta gran película, gira en torno a la familia Corleone, en cuya cabeza se sitúa Vito, interpretado de forma estelar por Marlon Brando. La película comienza con la boda de la hija de don Vito, una boda por todo lo alto, y de la cual cabe resaltar lo siguiente: de sus hijos varones, Sonny, Fredo y Michael, solo Michael se mantiene al margen del celebérrimo negocio de la familia, mientras Fredo, y más profundamente Sonny, se involucran totalmente en el mantenimiento del poder de la familia en Nueva York. Además, como hijo adoptivo figura Tom Hagen, que fue adoptado por Vito tras ser abandonado por sus padres, alemanes. Se podría decir que Hagen es el número dos en el escalafón de la familia al comienzo del filme pues, mientras que Sonny y Fredo realizan funciones tales como la extorsión o la representación de Vito, Tom es el consigliere o consejero del mismo, es decir, este no toma una decisión a no ser que esté abalada por Tom y, en segunda instancia, por Sonny. La verdadera acción comienza con la negociación de Vito, Tom y Sonny con Sollozo "El Turco", un nuevo cacique neoyorquino del narcotráfico, el cual pide a Vito protección política, judicial y también personal. Sin embargo, este se niega a ser socio de Sollozo, pues piensa que el negocio de la droga es sórdido y sucio en demasía frente a la "pureza" de los casinos y las armas, sus negocios principales. Tras esto, los hombres de Sollozo, en colaboración con la familia Tartaglia, otra de las Cinco Familias de Nueva York, intentan asesinar a don Vito, dejándolo en cama el suficiente tiempo como para poner en jaque a la familia Corleone. Esta, bajo el dominio momentáneo de Sonny por la imposibilidad del Padrino, organiza el asesinato de Sollozo y su colega McCluskey, capitán de la policía de Nueva York. Sorprendentemente, quien se encarga de esta tarea es Michael, el cual siente como una ofensa personal el intento de asesinato de su padre. De este modo, Michael se empieza a involucrar en el entramado criminal de la familia. Poco después, los hombres de Tartaglia tienden una emboscada a Sonny, siendo asesinado por estos. De este modo, es Michael, que había estado refugiado en Italia tras el asesinato, el que adquiere el título de Padrino de la familia pese a que Vito ya está recuperado físicamente; sin embargo, este está ya cansado del negocio, por lo que se dedica a cuidar a sus nietos y su pequeña huerta en la mansión familiar.
Una vez Michael se asienta en su posición de cabeza de familia, comienza el restablecimiento del poder que los Corleone habían perdido desde la negativa a Sollozo, por lo que Vito, en su último acto como Padrino, se reúne con las otras familias de Nueva York para ponerle trabas al negocio del narcotráfico y así permitir a quien no quiera perpetrarlo seguir adelante. Pese al acuerdo, la reunión no acaba con buen sabor de boca para los Corleone, por lo que Michael traza su plan maestro, asesinar a todos los Dones de las otras familias y así recuperar el respeto que perdieron por no querer mancharse las manos. De esta manera acaba la película, lo que invita a ver la segunda parte, la cual tengo pendiente.

La última escena es quizá la moraleja que Coppola quiso transmitirnos con esta gran obra audiovisual. En ella, dos personas entran en el despacho de Michael a tratar cualquier aspecto del negocio familiar una vez recobrado el respeto en Nueva York. Tras ingresar en la sala, estos dos señores cierran la puerta del despacho, en el que está sentado Michael, en la cara de su mujer, escena que yo interpreto como una crítica a la obsesión en los negocios en detrimento del cuidado de la familia, pues hay que señalar que tras convertirse en padrino, Michael a penas pasa tiempo con su mujer y su hijo, traicionando así el gran principio de su padre, estar siempre apegado a la familia.

Sin embargo, yo personalmente me quedo con una escena que me llamó muchísimo la atención. En ella, Michael se encuentra en la misa bautismal del hijo de su hermana, en la cual el cura recita los típicos sortilegios de este tipo de ceremonias. "¿Renunciarás a Satanás y todas sus falsas promesas?" es quizá la más significativa. Pues bien, mientas el cura levanta la voz en nombre de Dios, Michael responde lo procedente a estas cuestiones, ya que es el padrino bautismal del susodicho. Lo interesante es que mientras dentro de misa todo parece un mundo aterciopelado e inocente, afuera, en la calle, los hombres de Michael están asesinando a los caciques de las otras familias. Y es esto lo que vengo a criticar en este artículo, sin más rodeos, que está reflejado en el título: la hipocresía religiosa, no solo en la mafia, ni mucho menos, sino en la mayoría de las esferas sociales.

Se me hace inevitable no fijar mi atención en ciertas personas que eligen la asignatura de Religión en el instituto y que según dicen van a misa, pero es más fácil verles soltando improperios y blasfemias varias que asistiendo a dichas ceremonias religiosas. Sin embargo, tampoco lo he de criticar tan profundamente, pues yo hacía exactamente eso, si bien es cierto, no por el contenido de la asignatura, sino porque el profesor nos impartía más bien clases de Teología, y es sabido que a mí cualquier reflexión filosófica me atrae.
Sin embargo, hay otros tipos de personas, algunas cercanas a mí, que asisten a misa con cierta asiduidad pero son personas profundamente desdeñosas, vacías, rencorosas e intolerantes, hasta el punto de despreciarnos a mí o a algunos de mis amigos por ser ateos y no creernos esas patrañas que se profesan en los centros de culto ya referidos, y es que se oye mucho ese discurso tan "cristiano" proferido por Jesucristo de la unión de la especie humana en hermandad sin ningún tipo de distinción. Lamentablemente, son palabras que se lleva el viento, pues las primeras personas en contra del matrimonio homosexual o de la aceptación de gente de distinto tono de piel son estos "cristianos" que, como decía Pablo Iglesias, los domingos van a misa y los sábados, de putas. Y dijo putas como podría haber dicho manifestaciones homófobas, xenófobas, contrarias al aborto... Cualquier tipo de medida contraria a lo que precisamente su más célebre profeta enseñó. Empiezo a dudar acerca de qué pueblo despreció más a Jesús, el judío por no aceptarle como enviado de Yahvé, o el cristiano, por tomar sus enseñanzas tan a la ligera, de forma insultante.

Y esto adquiere un volumen aún mayor si fijamos nuestra atención en el actual gobierno de España, del Partido Popular. Prácticamente todos sus miembros, por no decir todos, son cristianos practicantes confesos. Sin embargo, no encuentro su espíritu cristiano por ningún lado, pues ya ha ocurrido, y más de una vez, que gobernantes de este partido político han decidido llevar el dinero público que cobran y que debería invertirse en el pueblo a paraísos fiscales, como Suiza o las Islas Caimán. Dudo profundamente que Jesucristo dijese en algún momento que robar a los pobres estuviera bien, como también dudo que Dios le dijera a Juan Pablo II que los socialistas soviéticos merecían la excomunión por no aceptar su fe. Es bien sabido que, si por el sentido común se guiasen, los cristianos deberían estar más cercanos ideológicamente al socialismo que al liberalismo; si bien es cierto, falta por determinar si los Papas de Roma (y el resto de "cristianos") que ha habido durante los siglos XIX, XX y XXI eran realmente cristianos, pues los veo más bien unos hipócritas, capaces de denigrar a otros seres humanos hasta el punto de negar la existencia de su patria, como ocurre con el Estado de Palestina.

Desde aquí llamo a la clemencia a los que aún se identifiquen como cristianos. Por favor, no os dejéis llevar por lo que predique un líder que vive en su palacio de mármol y no ha tenido contacto real con quien pasa penurias para dar de comer a sus hijos, pues carecen absolutamente de sensibilidad. Deseo profundamente que algún día los cristianos vuelvan a ser lo que Jesucristo intentó que fuesen, los ayudantes de las clases más maltratadas de la sociedad. Cada vez tengo más claro por qué las clases bajas se situaron en la izquierda política, pues el cristianismo, que debería haber sido su salvación, tiempo ha que se situó con el poderoso y olvidó su razón de ser.

viernes, 17 de julio de 2015

La tierra de las oportunidades

Tras más de un mes de descanso, hoy vuelvo a alzar mi voz de denuncia y crítica, esta vez en pos de hacer notar mi gran animadversión hacia el sistema educativo español y, en general, a todo el entramado burocrático de deberes y libertades que soportamos desde 1978. Quizá alguien, tras haber leído el título, ha podido pensar en Estados Unidos, ya que tradicionalmente la expresión a la cabeza de este artículo se ha asociado con dicho país, pero esta vez haré uso de esta para designar esta desértica tierra -literal y metafóricamente- que llamamos España y que por desgracia nos ha tocado, en primera instancia, sufrir y, en segunda, de manera más improbable, devolverla a lo más alto, si es que alguna vez se acercó. No olvidemos que las grandes épocas de nuestra tierra tienen un trasfondo oscuro: junto al descubrimiento y conquista de América encontramos masacres y destrucción de culturas y, por poner otro ejemplo, junto a los primeros años del presente siglo, durante las legislaturas de Aznar, el Estado se enriqueció, ciertamente, pero a costa de destruir empleo de calidad y destinarlo al boom del ladrillo, cuya desembocadura estamos sufriendo y no hace falta comentar.

En primer lugar he de señalar la enorme cantidad de oportunidades que los estudiantes, sobre todo de secundaria, disfrutan para obtener el graduado en ESO. Además del currículum normal de cuatro años, que fue el que yo cursé -la LOMCE está cambiando este sistema, pero yo hablaré de lo que he visto y vivido-, los estudiantes menos hábiles, y hago un inciso en esto, estrictamente menos hábiles, tienen como alternativa el Programa de Diversificación Curricular, PDC, mediante el cual atraviesan el mismo número de cursos pero con un currículum mucho más fácil. Por si fuera poco, hay una nueva opción para aquellos que sean incapaces de superar el PDC, y este es el PCPI, cuyas siglas significan Programa de Cualificación y Profesional Inicial, que consta de solamente dos años y mediante la cual, mientras chavales en el último año de ESO estudian funciones matemáticas a un nivel ciertamente alto, chicos de su edad en PCPI dan clases de sumas y restas con varias cifras. Lo más impactante es que al llegar a la segunda quincena de junio, tanto los alumnos de ESO como los del PDC y los del PCPI obtienen exactamente la misma titulación, exceptuando al PCPI que, pese a expedir el título de Educación Secundaria Obligatoria, no permite a los alumnos con esta titulación acceder a Bachillerato. Y no, no estoy en ningún momento pidiendo que haya que erradicar estos dos programas por facilitar el acceso a la misma titulación, ni mucho menos, soy consciente de que existe gente con una menor capacidad para estudiar y por tanto no son hábiles para obtener el titulado estándar de ESO o el del PDC. Sin embargo, lo que yo quiero denunciar aquí es la extremada facilidad con la que un alumno holgazán, que no poco hábil, puede pasar los "angustiosos" años de la educación obligatoria. Es simple, en la ESO no va a dar palo al agua, en PDC aún hay que estudiar con cierta regularidad, así que aún cuenta con una nueva oportunidad para, en solamente dos años, poder trabajar -si es que aún existe eso- y ganarse la vida de forma medianamente digna.
No tendría el menor problema si no fuera porque, como ya he aclarado anteriormente, la educación secundaria es obligatoria y, como obligatoria, no está destinada a insertar conocimientos en las mentes de los adolescentes, su función es formar personas totalmente capaces de desenvolverse en nuestra sociedad, por lo que convierte a la educación obligatoria en ineludible, ya que enseña unos valores que en casa con mamá y papá son imposibles de inculcar. Y, sinceramente, tal y como es nuestra educación, eso es exactamente lo que consigue, que los alumnos se adecúen a la sociedad, a una sociedad que premia por igual al holgazán y al trabajador.

Luego tenemos el caso extremo, el del recién adulto, a partir de 18 años, que ha sido expulsado de la ESO por ser mayor de edad y no le apetece dirigirse a una escuela de adultos, no ya a recibir valores, eso solo lo consiguen los centros de secundaria, sino a obtener un título que da cuenta de que el alumno, efectivamente, es capaz de memorizar una cierta cantidad de contenidos académicos. A mí siempre me ha intrigado el eterno debate entre deberes y derechos. Si este ciudadano no ha cumplido con su deber de obtener una titulación obligatoria e ineludible, no entiendo por qué ha de contar con los mismos derechos que los que sí -obviando claramente los derechos académicos que radican de la titulación de ESO-, de la misma manera en que un menor de edad cuenta con menos derechos justamente porque tiene que soportar menos deberes. En España hemos confundido la igualdad con la infantilidad, es decir, en lugar de dar solamente una igualdad de oportunidades, como debería ser, hemos recurrido a tratar a todos los ciudadanos como niños pequeños, los cuales, pese a no haber cumplido con su deber, siguen contando con sus privilegios. No solo el déficit económico es peligroso.

Finalmente, ahora he de criticar al propio sistema educativo, los profesores que no inculcan valores, es decir, creen que son profesores de universidad que llegan a su puesto de trabajo, sueltan el sermón que ya se saben de memoria por repetirlo, y regresan a su casa con la conciencia tranquila. La educación que se ha de proporcionar en la ESO (y también en Primaria, simplemente he enfocado la crítica hacia la época más problemática de una persona) no debe ser tanto académica, como ya he dicho, sino que debe ser moral, la de la formación de personas capaces de discernir entre lo bueno y lo malo, lo moral y lo inmoral, y cuando esto se haya conseguido, seguidamente enseñar ciertos contenidos que tras su formación superior les servirá para trabajar en lo que han estudiado y, supuestamente, amado.

En conclusión, solamente con la inserción de una asignatura parecida a Educación para la Ciudadanía pero correctamente enfocada y destinada, como he dicho, a formar personas, pienso fielmente que crearíamos una educación de mayor calidad y con mayor aceptación entre los jóvenes, quienes lógicamente no se ven motivados por un libro de Historia de 300 páginas pero sí por una clase excitante en la que se convierten en verdaderas personas, en la que consiguen voz y voto.

jueves, 4 de junio de 2015

El odio

Imperfecciones tiene el ser humano a miles, y el número de problemas con los que cuenta el mundo actualmente están rondado la anterior cifra. Obviamente es inviable la creación de un ser humano perfecto, ya que incluso el Übermensch nietzscheano funda su grandeza en el subjetivismo, lo que da lugar a una confrontación de opiniones acerca de lo que es un superhombre para una persona u otra. Sin embargo, existe una total objetividad sobre cuál es un ignominioso problema para nuestra especie: el odio, como bien he procurado que indicase el título. Porque el odio implica otra numerosa cantidad de problemas: peleas, insultos, intolerancias, y a un peor nivel, muertes, guerras, y otros derivados de este mal del que adolece la Humanidad.

Odio hay en todos los ámbitos. En política haremos el primer inciso. Está clara la primera confrontación o "futbolización" (véase el post anterior) entre partidos. El PP frente al PSOE, que fundan su rivalidad en una obviedad: el bipartidismo que sufre España desde la muerte de Franco, y del que afortunadamente ya estamos saliendo; era necesaria la apertura de nuestra acérrima mente. En las anteriores elecciones generales estos dos partidos se repartieron 296 de los 350 escaños totales, es decir, cerca del 85% de la totalidad de la representación de la ciudadanía. Como dije en el post referido anteriormente, los partidos en España acostumbran a hacerse campaña cruzada, de modo que desde el PSOE se critica lo que supuestamente propone el PP y viceversa. Pasadas las elecciones se deja ver que la desenvoltura de ambos en el Gobierno no se diferencia en demasía, al menos en lo económico.
El segundo odio que observamos en política es el de los partidos dinásticos contra Podemos. Este último año hemos visto una enorme campaña antipodemos con el objetivo de impedir su ascenso en el patio de recreo que es la política de este país. Un patio en el que se permite la entrada de todo el mundo, incluso los que lo quieren privatizar. Hemos visto cómo incluso la televisión nacional, en especial el canal 24h, ha acostumbrado a sentar a Pablo Iglesias con adversarios de dudosa convicción democrática, simplemente por insultar sus propuestas para así mantener su condición. No olvidemos que la propuesta de Podemos -independientemente de su viabilidad o no- es, en resumen, obtener más justicia y un reparto más equitativo de la riqueza, y esto obviamente no convence a grupos como el PP, que suelen beneficiar a sus amigos banqueros, empresarios, etcétera.
Pero este odio es totalmente injustificado. Ninguna propuesta de las que estos partidos hacen campaña son ilegales -aunque hay algunas que son de dudosa legitimidad-, así que no entiendo la confrontación. Apuesto por la aceptación, la justicia y la democracia, que, como ya he dicho en varias ocasiones, no se restringe a meter un papelito en un cubo de cristal, sino en el respeto y la legalidad, en extinción en esta España que nos ha tocado sufrir.

Otra representación del gran mal de la Humanidad es el odio en el fútbol, para mí la más grave, ya que desde algo tan frívolo como un deporte se obtienen los más encarnizados y flagrantes debates que podemos ver. No hay más que acercarse a los aledaños de un estadio un fin de semana liguero. Aficionados de uno y otro equipo que por su equipo darían su honor, hasta el punto de vincular el sentido de su vida con ver un partido de considerable importancia. Nihilismo en potencia, pensaría Nietzsche. Consideraciones filosóficas a parte, no pude evitar ver malograda mi sensibilidad al ver las imágenes de Jimmy, de los Riazor Blues, un grupo de extrema izquierda y seguidor del Deportivo de la Coruña, siendo arrojado al río Manzanares por hinchas del Frente Atlético, un grupo de extrema derecha y seguidor del Atlético de Madrid. Obviamente el fútbol no es la razón de la batalla campal que allí tuvo lugar, es simplemente una vía para dar salida a su odio, pero no quiere decir que el fútbol no sea culpable de dar lugar a estos enfrentamientos y grupos ultras. Por dar unos ejemplos, el FC Barcelona y el Real Madrid ya expulsaron a sus grupos extremistas, los Boixos Nois y los Ultra Sur, respectivamente. Dos ejemplos de equipos decentes, que solamente quieren dar lugar a grandes enfrentamientos futbolísticos, de gran belleza para quien firma estas líneas, sin entrar en debates de quién es el mejor jugador del mundo o el peor entrenador, o al menos sin tomar represalias o llegar a odiar a una persona por sus gustos. Se trata, en fin, de un medio de catarsis para esta gente, que no tienen otra forma para expresar su odio contenido que destruyendo este bonito deporte.

Por último, tenemos el odio por regiones, el odio civil. Y voy a hablar de dos en concreto. El odio de cierta población catalana a todo lo relacionado con España, y viceversa, el odio de una cierta población española a Cataluña. Y es que los unos aborrecen a los otros por su cultura, idioma o simplemente por ilusiones históricas. Cataluña lleva pidiendo su independencia formalmente desde finales del siglo XIX, cuando tras varias malas actuaciones de la Corona con esta región y su excelente avance industrial les llevaron a contemplar esta posibilidad. Del otro lado están los unionistas, cuya intención es hacer piña entre españoles para salvar esta crisis que corroe todo lo que nos rodea. He de decir que ambas posiciones, tal cual están expuestas, son lícitas. Lo que no es lícito es la invención de una fábula histórica para explicar el nacionalismo catalán (los celebérrimos Països Catalans y su "invasión por España") y la ideología de que el catalán es un invento de ciertas poblaciones para dar un significado más allá del enfado a la cuestión nacionalista. Y como en todos los ámbitos sociales en los que hay una confrontación de opiniones, la gente hace catarsis con cualquiera de estos temas, ya que es fácil odiar desde la lejanía y sin tener a quien se odia enfrente.

En conclusión, creo que los españoles deberíamos someter a profunda revisión nuestra democracia, ya que tal no funciona con la criminalización de un partido por otro, de un equipo por otro, o de un pueblo por otro. La verdadera democracia es la aceptación de las diferencias, la democratización de estas, su plena adopción, sin dar lugar a más enfrentamientos que no hacen más que empeorar el modo en que nuestro país encara la crisis política, económica y social que cargamos sobre nuestros hombros desde hace aproximadamente 7 años.

lunes, 18 de mayo de 2015

En España se futboliza la política y se politiza el fútbol

A unos pocos días de las elecciones municipales y autonómicas y a 6 meses de las generales, me ha sido imposible no fijarme en cómo los partidos políticos hacen gala de su poderosa capacidad de debate cuando entablan una conversación con alguno de sus adversarios políticos o dan un discurso en cualquiera de las ciudades a lo largo y ancho de esta España. Estamos en año electoral, año de mucho movimiento político, y por si fuera poco, los nuevos partidos como Ciudadanos o Podemos son ahora el centro de atención, a la altura de nuestros entrañables partidos dinásticos, empeñados en mantenerse sobre este ring que es la política en España, un ring que bajo sus cimientos tiene un rey elegido por un dictador y cuyos espectadores son unos ciudadanos que alejan la cabeza del circo mediático que en él ocurre y centran su atención en los llamativos carteles de colores de la salida, no sin, obviamente, proferir diversas críticas hacia quienes, aunque no de forma muy efectiva, intentan dar la cara por ellos, e insisto en que su desenvoltura es cuanto menos penosa. La crítica desde la distancia no es más que una habladuría sin importancia.
Reconduciendo esta introducción, la situación del país es cómica. Unos partidos anticuados que recurren a fórmulas anticuadas para despotricar contra los de nuevo nacimiento, unos nuevos partidos indecisos ideológicamente, que o bien desbancan la necesaria dicotomía de derecha e izquierda, como el caso de Podemos, o bien se definen como derecha e izquierda por igual, véase Ciudadanos. Y entre este penoso vaivén de golpes al aire, entre los ciudadanos expectantes ante las luces de la ciudad, estamos los ciudadanos comprometidos con la política, los que creemos en la famosa dicotomía, los que pensamos que la salvación de este país es dejar las excentricidades como las de nuestros famosos politólogos de Podemos o las novedosas técnicas de impacto social, como las de Ciudadanos, y tener la decencia y la certeza necesarias para, al menos, solucionar en parte la penosa situación social, ya que la económica, por desgracia, no depende de nosotros.

¿Y ese título? Pues bien, anteriormente he dicho que la situación es cómica, y no he hablado a la ligera. He puesto la televisión esta semana con cierta asiduidad pese a mi poco tiempo libre, y me he encontrado mítines en los que se habla más del adversario que de la propia campaña, es decir, que los partidos hacen campañas cruzadas. El PP dice que el PSOE no quiere organizar otras elecciones en Andalucía, que si los ERE fraudulentos, que si ellos también roban, y el PSOE dice que si Rodrigo Rato defraudó, que si Esperanza Aguirre está anticuada. Pero no, esto no solo alcanza a los dinásticos. Podemos por fin se declara de izquierdas, pero automáticamente carga contra el PSOE y Ciudadanos, tachando a unos de falsa izquierda y nombrando a otros los herederos del PP. Ciudadanos, por su parte, aunque algo más silenciosamente, hablan de Podemos como si de extrema izquierda se tratase mientras su única queja ante el PP es, y qué sorpresa, la corrupción. Pero aún estoy esperando un mitin en el que se lea un programa electoral.
Ese programa lo hacen los seguidores de los partidos, y qué daño me ha hecho escribir esto último, debatiendo contra sus "adversarios". De ahí el término "futbolización". En España entendemos la política como un partido de fútbol, en el que cada "y tú más" es un gol a favor de quien lo articula, y mientras los grupos incondicionales aúpan a su partido hasta la gloria. Y no, ese no es el camino. De ninguna de las maneras. No se debe ser de un partido, y me atrevería a decir, aunque con algo más de indecisión, que no se debe ser de una ideología, sino que se debe mirar con ojo crítico el momento que se vive, leer el programa electoral, mientras los haya, de los partidos, y elegir al que razonablemente pueda ofrecer la mejor solución a la situación, y no votar a un partido como si nuestro equipo de toda la vida se tratase.

Y caso contrario ocurre con el fútbol. El 30 de mayo se celebra la final de la Copa del Rey, que enfrentará al F.C. Barcelona y al Athletic Club de Bilbao, dos equipos con hinchadas sumamente críticas con España y su monarquía, dado el nacionalismo por el que apuestan, por lo que se ve desde lejos el debate. No se discute sobre quién ganará o dejará de ganar, ni por asomo, el debate que está a la orden del día es si los hinchas del Barcelona y del Bilbao abuchearán o no el himno nacional y, en ese caso, aplazar la final y jugarla a puerta cerrada. De modo que hemos convertido una simple cita futbolística, recreativa y lúdica en un nuevo ring en el que los partidos políticos tienen cabida. De este modo, Esperanza Aguirre por ejemplo veía positivo jugar el partido a puerta cerrada si se oyen silbidos al himno nacional. No me situaré en contra ni a favor de los silbidos, simplemente pediré clemencia. ¿De verdad creen que el debate ha de ser el de unos simples silbidos a una monarquía, como antes he señalado, elegida por un dictador? ¿O deben nuestros políticos, por el contrario, hacer autocrítica y hacer su propia campaña electoral? ¿Vivimos en una democracia, donde unos silbidos deben dar más cuenta de esta que ir a las urnas a votar? Solamente llamo a la conciencia histórica. La continuidad de Franco en la jefatura del Estado fue elegida por referéndum, por pucherazo, es cierto, pero los ciudadanos depositaron el papelito en el cubo de cristal. Así que olvidémonos de relacionar democracia con votar, porque esa es la punta del iceberg, y en España el resto no ha emergido aún, lamentablemente.

Además, me resulta igualmente cómico el argumento que ciertos hinchas de digamos el Real Madrid, y hablo desde la experiencia propia, usan para justificar su apoyo a dicho equipo. "Al menos disfruto con un equipo español", alegando que el F.C. Barcelona no lo es, dado su apoyo a la cuestión nacionalista catalana. Vaya, los españoles aficionados al fútbol no seremos capaces a partir de ahora de ver un partido de la Bundesliga, porque claro, hay que disfrutar con equipos españoles, y la Champions League debería estar prohibida en la televisión. Un ultraje a nuestra España, abrirnos al mundo y disfrutar de lo que no es nuestro también.

Y más de lo mismo con la futbolización de la política. Si no eres del Barcelona eres del Madrid. Si no votas al PP votas al PSOE. Menos mal que el año pasado ganó la liga el Atlético de Madrid, y ahora existe la opción de Podemos, así tenemos más diversidad donde elegir, porque este gen nuestro tan acérrimo y conservador, "más vale malo conocido que bueno por conocer", solamente nos lleva por la senda del continuo error, de la no apertura, de la putrefacción entre nuestras mortajas.

Así que, compatriotas míos, abramos los ojos, o volvámoslos antes hacia el ring, y tomemos parte en esto que a todos nos afecta pero que a pocos nos interesa, y seamos por fin dueños de nuestro destino. Alguien dijo una vez que España es el mejor país para ser dirigido y no autogestionado.

martes, 28 de abril de 2015

Mi pequeña teoría histórico-política

En esta ocasión la conclusión va a preceder a la entrada, quedando así relegado a una segunda posición el desarrollo. Y es que con el fin de que el lector no pierda el hilo de lo que se va a exponer, voy a anteponer lo que ha de tener en cuenta para así encontrar en todo momento la conexión necesaria para la comprensión del presente artículo.
Esta conclusión es que la derecha ha ido siempre a remolque del avance de la izquierda. Esta reflexión quedó reflejada en uno de mis anteriores artículos, y retrasé su explicación hasta el día de hoy. Y para comprender esto haré uso de una técnica filosófica que Marx puso a la orden del día: la filosofía histórica.

Evidentemente esta relación entre derecha e izquierda solo existe desde que ambas posturas políticas nacieron, y yo prefiero situar este punto de partida en el siglo XVIII, cuando las monarquías absolutas se empezaron a debilitar, quedando al gusto del lector otra ubicación, pues resultaría igual el análisis. De este modo, hasta que no nazcan los conceptos de derecha e izquierda, serán identificados como conservadores y liberales, como bien sabemos. Si bien es cierto, tomando al pie de la letra estos conceptos, siempre ha habido ciudadanos interesados en mantener su posición (conservadores) y sus opositores, deseosos de un cambio (liberales). No obstante, no ocurrirá una verdadera pugna entre ambas hasta el Siglo de las Luces, y con este criterio sitúo este comienzo en el susodicho siglo.

Sin más dilación, comencemos. Estalla la Revolución Francesa en 1789, y la nación francesa queda dividida entre proclives al objetivo revolucionario, es decir, derrocar a los Borbones y crear una República democrática, y los adeptos a la burguesía acomodada y otros allegados a las clases altas en general, cuya intención era frenar esta Revolución para mantener su privilegiada situación. Se suceden las batallas, el rey va perdiendo poder, y el 21 de enero de 1793 es ajusticiado en París. La Revolución ha triunfado, se redacta la Constitución, se crean los primeros partidos políticos. Ha nacido la primera democracia europea. En este momento, los allegados al anterior régimen borbón se reorganizarán adaptándose en torno a las nuevas reglas de juego, y así estos conservadores, a la vista de su derrota, darán un pasito hacia delante para ser aceptados en el proceso de la República y así obtener lo que siempre han ansiado: poder, posición privilegiada, no importan los principios personales que tengan que rechazar.
Cabe destacar la obra del liberalismo aquí, que jamás dejó de abogar por el bien de la nación, mientras el hipócrita conservadurismo se readaptó con un fin totalmente distinto.

Poco después, los liberales, y ya hablamos a nivel europeo, se fragmentan, ya que los pertenecientes a las más altas clases como fruto del acto de gobierno se posicionan a favor de los conservadores, puesto que su posición privilegiada les impide ver que aún hay gente que lo está pasando mal y hay que trabajar por ellos. Así, habrá una nueva corriente, el centro, que coge lo mejor (o lo peor, según se mire) de cada posición. Sin embargo, el progresismo más leal no cambió, sino que siguió con la vista dirigida a la redención de las clases bajas, la consecución de la igualdad, la fundación de un Estado justo. No obstante, la hipotética colaboración entre centro y conservadurismo va a ser mayor que la presumible entre centro y progresismo.

De esta manera, pese a este suceso en el seno del liberalismo, su trabajo fue incesante, y, ya metidos en el siglo XIX, se consiguió en Gran Bretaña que la jornada laboral fuera legalmente de 8 horas, con una rápida extensión por el resto de países liberales, o al menos con intención de ello. Esta consecución, solamente atribuible al liberalismo (recordemos que alguna vez el conservadurismo defendió a los reyes, mercenarios de las clases bajas), fue al principio rechazada por los conservadores, pero no pasó mucho tiempo así. Poco después el conservadurismo aceptó esta premisa también. Los tiempos cambiaban, había que avanzar de la mano para no quedarse atrás. Modifico levemente la frase: "ser hipócrita o morir", en lugar de "renovarse o morir".

Está bien, gracias a la influencia del marxismo y el socialismo se consigue que el conservadurismo acceda a una legislación para proteger al trabajador. ¿Accederían ahora a reducir el derecho del burgués en virtud del obrero que tiene contratado, o al menos a equilibrar ambos? Es curioso, porque aquí el liberalismo económico se relacionó casi inmediatamente al conservadurismo social, obteniéndose así una contraposición entre liberalismo económico y liberalismo social. Sin embargo, en un primer momento, la intención era unidireccional, antes del nacimiento del neoliberalismo, es decir, durante el liberalismo a secas era la de dar libertad a la industria, al burgués, sin olvidar la legislación en virtud del obrero anteriormente referida, obviamente. Vaya, qué sorpresa, los conservadores dan un paso adelante por la libertad, pero no por la libertad a secas, sino por su libertad. Esto sería así hasta el siguiente siglo, el XX.

Entró el siglo XX, con el socialismo bien arraigado, y se crean los primeros sindicatos, ellos apoyados obviamente y casi únicamente por los obreros, y prácticamente nunca por el burgués por razones obvias. De este modo el conservadurismo vería con malos ojos esta acción de redención trabajadora, puesto que conllevaría un recorte en el derecho del burgués, es decir, contradiría al liberalismo económico, de modo que la primera acción del conservadurismo sería posicionarse completamente en contra de esta acción política, una postura que duraría unos 100 años.

Durante la Transición (aunque no me gusta etiquetarla como un triunfo de la izquierda o el liberalismo, ya que hay indicios, como el 23-F, de que el deseo de Franco de dejarlo todo atado y bien atado se llevó a cabo), viendo los franquistas que su anticuada, fascista y deleznable forma de gobierno ya no iba a ser posible, se organizaron en nuevos partidos, dando otro pasito, siempre a remolque de quien intenta empoderar a las clases bajas, mayoritarias y, hoy en día, sin voz. Así, surgieron, de manera más multitudinaria, Alianza Popular, que luego desembocaría en el archidemocrático Partido Popular, y UCD, Unión de Centro Democrático, encabezado por Adolfo Suárez, el mayor farsante, después de Juan Carlos I, que se ha conocido en la historia política de España.

Ahora, recién entrado el siglo XXI (recordemos que llevamos 15 años de siglo, algunas personas se permiten el lujo de decir "pleno siglo XXI"), los partidos conservadores, véanse el PP, el PSOE y otros cuantos de menor importancia, piensan que los sindicatos son una parte importante de la democracia. Pero se les olvida que durante la construcción de esta, precisamente los conservadores se opusieron tácitamente a la creación de estos. Sin embargo, el conservadurismo y su gran influencia ha actuado de manera muy ágil, situando a la cabeza de los grandes sindicatos a auténticos burgueses, contradiciendo al ineludible principio marxista de la horizontalidad, es decir, la alianza de los obreros ha de ser entre sí, y nunca con gente de "encima". Cabe destacar que no es lo mismo el pasado del PSOE, con Pablo Iglesias y sus intenciones para y con el pueblo, que el pasado del conservadurismo, la posición hacia la cual el PSOE ha orientado en los últimos años su acción.

De este modo, vemos cómo ha sido la izquierda o el liberalismo, llámenlo como quieran, quien ha luchado siempre por la libertad. La posición del conservadurismo ha sido la de quedarse en su situación o incluso dar un paso atrás, y dar los pasos hacia adelante solo cuando no hay vuelta atrás y la sociedad ha aceptado el avance propuesto por el liberalismo.
Espero que este artículo, más bien complementario de aquel en el que se refiere a lo aquí expuesto, haya servido como suplemento para comprender ese artículo en el que no lo expliqué todo.
Hasta otra, y no permitamos que la palabra "rojo" sea un insulto, sino un halago.

viernes, 17 de abril de 2015

Pensar está sobrevalorado

Seguramente Friedrich Nietzsche se habría quitado el sombrero ante el título que he decidido para este artículo de opinión. Porque todos los grandes pensadores, defensores del intelectualismo moral en su mayoría, enaltecen la actividad mental en virtud de su grandeza y sus "provechosas ventajas". Pero yo lo pienso al contrario. No creo en absoluto que la actividad del raciocinio nos otorgue sosiego. Y tampoco placer, ni aires de grandeza. Y animo al lector, independientemente de que se haya sentido identificado o no con estas líneas, a reflexionar si alguna vez, a raíz de haber analizado la realidad de forma racional, ha obtenido felicidad, o por el contrario, se ha visto arrollado por la horripilante realidad que nos rodea. Porque los ojos críticos siempre hemos sufrido de pesimismo precisamente porque ese análisis que realizamos indistintamente sobre todo nos arroja juicios tan nefastos que llegamos a concluir de nuevo lo que el título de este texto recoge: que, en los tiempos que corren, pensar es igual a sufrir la penosa realidad que nuestro entorno entraña. Como decía el gran escritor portugués José Saramago, premio Nobel de Literatura en 1998: "Yo no soy pesimista, lo que pasa es que el mundo es pésimo".

Y es que la sociedad nos ha dado una lección sin precedentes a nosotros, defensores del raciocinio: que ahora que ha llegado el nihilismo totalmente a esta (Nietzsche deja en ridículo cualquier premonición de Nostradamus), contaminando todas las estructuras sociales y sumiendo a la gente de a pie en desidia, es cuando esta gente, apartada de temas tan trascendentales como la filosofía y la política, ha alcanzado la felicidad, la comodidad, la inmovilidad. En resumen, la dejadez.
Porque aquí confluyen dos naturalezas humanas, ninguna de ellas más auténtica que la otra, estas son, la necesidad de comodidad y sosiego, en primer lugar, junto a las cuales encontramos el nihilismo anteriormente señalado, y el hambre de conocimiento, de sabiduría, situadas adjuntas al raciocinio. Y desde mi humilde opinión, creo que describen ambas un movimiento especular y opuesto, es decir, que conforme una empieza a situarse en ventaja respecto la otra, automáticamente se abre una enorme brecha entre ambas, quedando así un hueco que tardará varios siglos en invertirse. Solo falta echar la vista atrás y recordar cuándo fue la Edad de Oro del conocimiento y el raciocinio occidentales: desde el Siglo de las Luces, la Ilustración (el siglo XVIII) hasta finales del siglo XIX, consiguiendo finalmente los felices años 20 perpetuar el actual nihilismo en el que vivimos. Junto a esta etapa de distribución de información, conocimiento y razón, es decir, junto al acceso a un nivel de documentación tal, comenzó a crecer el desprecio ante él. De forma especular, como he señalado con anterioridad, esta desidia fue creciendo con el tiempo, mientras que el avance del conocimiento se vio frenado, entre otras razones, por el poco apoyo que los Estados, también corroídos por la dejadez, ofrecen.

Así que, como fruto de un título tan sensacionalista, la conclusión de este escueto artículo va a ser contraria a este, al menos en parte, y es que, aunque normalmente el raciocinio nos lleve a conclusiones pesimistas en su mayoría, no es el pensamiento el que nos ofrece esta desolación, sino que es el propio estado de la dualidad nihilismo/racionalismo el que nos hace pensar que el mundo está en un estado deplorable. Efectivamente lo está, pero no por ello hay que abandonar el pensamiento, porque cuando llegue el momento en que tengamos sobrepeso, canas, o quizá nuestra azotea haya sucumbido a la alopecia, los dientes maltrechos, la cara cubierta de arrugas, los ojos llorosos, las articulaciones doloridas por la artrosis, cuando hayamos sido vencidos por la edad, lo único que nos quedará, salvando casos tan excepcionales como las enfermedades mentales tales como el alzheimer, lo único, será aquel volumen de conocimiento que hayamos adquirido en nuestra etapa de maduración mental, es decir, aquello que hayamos aprendido con total interés, ya sea por medio de la lectura o por medio de la propia intelección. De este modo, aquellas personas que deseemos seguir cultivando la razón sin dejarnos vencer por el culto al cuerpo, no debemos avergonzarnos de mirar con un ojo crítico y otro comprensivo la sociedad, pero tampoco debemos sentirnos superiores. Porque, como ya he señalado antes, ser nihilista es natural en el ser humano, y querer analizarlo todo también lo es, y la negación de cualquiera de estas posiciones es negar una parte de nosotros, y por tanto perder nuestra dimensión humana, al menos en parte, y nunca debemos perder la perspectiva: somos seres humanos y no otra cosa, así que debemos luchar por ser seres humanos perfectos, como ya dije en otro artículo, seres humanos con defectos de seres humanos, y no seres humanos con defectos de dioses a los cuales queremos emular.

jueves, 2 de abril de 2015

La intransigencia y otras plagas sociales

Siempre desde la tolerancia (quizá "respeto" no sea el término más adecuado para esta frase) vengo observando una serie de curiosas prácticas que me han llevado a escribir este artículo. Y es que las fechas acompañan. Crisis política, social y económica en España, a término más general, actualmente Semana Santa, y paralela a ella, un extracto social que en un esfuerzo por advertirse superior al resto de españoles habla de cualquier forma de pensar distinta de la suya como si fuese despreciable por el simple hecho de considerarla "contraria al intelecto". No puedo reprimir un pensamiento que aflora en mí automáticamente: cientificismo.

Me dispongo a explicarlo. El ser humano es un animal asombroso, capaz de avances tales como Internet, gracias al cual ustedes pueden leer esto, y también capaz de aberraciones, véase la Inquisición, fruto de la intransigencia religiosa, o véase el Holocausto nazi, fruto de la intransigencia cientificista, o mejor dicho, fruto del cientificismo en sí, que, a mi parecer, ya recoge por defecto una connotación intransigente. Y es que en nuestro afán por ser superiores a algo, a lo que sea, esta es nuestra naturaleza y somos incapaces de neutralizarla, o quizá sí; como decía, en nuestro afán por sentirnos superiores pisoteamos cualquier forma de pensamiento distinto al nuestro para así corroborar una vez más que nuestra opinión es la más perfecta simplemente por ser nuestra, y nunca vista desde un punto de vista lógico, o quizá sí, y metiéndonos en metafísica, quizá el entendimiento humano sea único y distinto en cada persona, lo que provoca que en campos tan subjetivos como la opinión haya posturas tan contrarias y todas vistas como la mejor por sus respectivos seguidores, que sienten que mediante argumentos lógicos han obtenido la certeza de que es la suya y no otra la opinión que hay que seguir. Dejando de lado la metafísica, un campo de la filosofía verdaderamente interesante, hago hincapié en algo. En el afán de superioridad, el germen de todos los males del hombre. Porque en nuestra imperfección, o nuestra perfección, considerando como ser humano perfecto al más imperfecto de todos, esto significa que no podemos evitar nuestra imperfección, lo cual creo que es verdad; como decía, en nuestra imperfección olvidamos la empatía, tan necesaria en los debates lógicos o que pretenden serlo, y olvidamos que igual que nosotros pensamos que nuestra opinión es mejor, el otro también lo va a pensar, de modo que nunca conseguiremos cambiarnos de opinión mutuamente. De este modo, un debate no debe ser visto como una batalla en la que se persigue una victoria de una ideología u otra, sino como una exposición de dos o más posturas distintas acerca de un mismo tema para que así quien no tiene una opinión formada consiga discernir entre lo que le parece bueno o malo; por lo tanto, las personas encargadas de debatir deben exponer su punto de vista con audacia, sí, para ganarse adeptos, como si pretendiesen hacer cambiar de opinión a su "adversario", pero siempre teniendo en cuenta que no es esa la finalidad de este debate. Y esto se puede extender a cualquier área del saber, ya sea política, ciencia, filosofía, creencia...

En fin, retomando el tema central; es impresentable que haya gente (creyentes o no) que, por el simple hecho de suponer que su opinión es la mejor, pretendan posicionarse por encima de otra ideológicamente, cuando la base de la democracia es el respeto, la comprensión y la libertad de expresión, nos guste o no la opinión de otra persona. Claramente, hay "opiniones" que objetivamente son dañinas, como puede ser la pederastia. En ese supuesto todos los socios, porque somos socios, y formamos una sociedad, estamos de acuerdo en que pensar que la pederastia es buena no es un pensamiento lógico; sin embargo, sí lo es ser ateo o creyente, de izquierdas o de derechas, seguidor de Nietzsche o de Santo Tomás...

Así que, por favor, conciudadanos míos, que tan orgullosamente se autoproclaman progresistas y defensores de la libertad, prediquen con el ejemplo, y permitan que al igual que ustedes son ateos, o agnósticos, hay gente creyente, y lo son con el mismo derecho que ustedes no lo son. De modo que no sean ateos por parecer intelectuales, ya que criticar opiniones de forma tan gratuita no tiene ni un ápice de intelectualidad, al contrario, deja a la vista su falta de respeto y su intransigencia, lo que entra en conflicto con su estandarte de demócratas con el que pasean.

Tras haber expuesto una vez más mi opinión y haberme quitado un nuevo peso de encima, hasta más ver, y espero que sea en una nueva exposición acerca de temas que me inquietan.

miércoles, 25 de marzo de 2015

Sí, voy a relacionar el accidente de los Alpes con política

Como supongo habrán leído en el título (condición indispensable para decidir si el artículo es de interés o no) voy a dedicar la entrada de hoy a aprovechar el accidente aéreo de los Alpes para meterme con la derecha (qué novedad). Pero no usaré solo este accidente -cuyas reacciones políticas me parecen vomitivas- para criticar esta engañosa política neoliberal en la que está sumida Europa. Hoy daré un repaso a esa "protección de la vida" que partidos políticos como Vox, el Partido Popular y otros colegas de ultraderecha usan para autogalardonarse como portadores de la justicia, la moral, la virtud y demás condiciones humanas de las cuales Aristóteles seguro dudaría, visto cómo la humanidad no las ha alcanzado 2400 años después de sus enseñanzas.
Y es que estos partidos neofascistas (pero no pertenecientes al fascismo político, este quedó enterrado en el siglo XX visto erróneamente como la alternativa al comunismo, el cual no debe ser confundido con el totalitarismo soviético; me refiero al fascismo económico, del que hablaré en otro momento) cuentan con una misma premisa en sus panfletos informativos: la protección de la vida, como ya he señalado anteriormente. Resulta que estos señores trajeados se sienten a gusto consigo mismos escribiendo en su propaganda electoral que van a prohibir el aborto con tal propósito, por ejemplo. Pero llega el momento del nacimiento y la protección de la vida desaparece. Ya no hay prohibición del fraude laboral, los desahucios, las jornadas laborales de más de 10 horas, la supremacía del derecho privado bancario sobre el derecho público ciudadano... Esta práctica tan sibarita de coronarse como protectores de la familia y la vida dejan de serlo en el momento en el que aplican sus demás políticas, y es que un programa político debe ser visto como un todo y no como un articulado que puede ser cumplido a partes, o mejor dicho, puede ser cumplido.

¿Y por qué incluyo el caso de los Alpes? Pues ahora mismo será respondido este asunto. ¿Cuántos trabajadores puteados (permítanme el disfemismo) habría en ese avión? ¿Y cuántos políticos preocupados por ellos hay en el Congreso? Exactamente, amigos incrédulos. La protección de la vida ocurre, irónicamente, antes y después de haber vivido -en el sentido más o menos estricto de la palabra, según la opinión de cada uno, es decir, desde el momento de nacer hasta la expiración-. Porque a un bebé se le protege de ser "asesinado" por aborto antes de nacer y la mala vida de un obrero se lamenta cuando está muerto, y no mientras vive oprimido por la maquinaria capitalista.
Y que no se malinterpreten mis palabras. Estoy realmente apesadumbrado por tal catástrofe, inconmensurable para quien la ha vivido de forma cercana. Lo que me parece horrible es que este Gobierno (y el de la anterior legislatura, del PSOE, con grandes consecuciones pero peores errores) se las dé de solidario cuando no le importa ceder nuestra Constitución a Angela Merkel para que esta señora la cambie a su gusto y así permitir que la Unión Europea -dejémonos de tecnicismos, Alemania- decida cuál es el déficit público.

Una mención especial a la celebérrima premisa de Vox de "defender la familia". Y es que en su simpático programa electoral encontramos propuestas tales como recuperar Gibraltar. Como si España no tuviera más problemas que un cacho de tierra en Cádiz. Además, quieren prohibir el matrimonio homosexual, alegando que un matrimonio está basado en la procreación. ¿Qué os parece, amigos? Un partido de ultraderecha con una propuesta religiosa. Y es que no podremos librarnos jamás de la influencia religiosa en la política; ojalá algún día se consiga una política, un Estado, una ciudadanía, laicas (entiéndase ciudadanía como Estado ciudadano y Estado como organismos públicos), y que cualquier persona que quiera visite la iglesia, obviamente, pero que los ciudadanos disfrutemos de algún colectivo, el Estado en sí, sin influencia de ningún tipo, porque ya los creyentes tienen su propia estructura acorde a su opinión, por ejemplo. El Estado, que debe ser laico, y englobar a toda la población, tiene por obligación ser el principal órgano de representación popular, y por tanto, carecer de orientación religiosa, étnica, o de cualquier estilo (salvando la orientación política, necesaria hacia un lado u otro según el momento, aunque considere la derecha un error. Como decía Voltaire: "No comparto tu opinión, pero daría mi vida por defender tu derecho a expresarla").

Reconduciendo el tema principal de este artículo, no creo que ni el PP ni Vox pretendan defender ninguna vida, ni ninguna familia, ni nada por el estilo. Su única intención es mantener su situación burguesa capitalista que tanto daño está haciendo a la justicia social, aparentemente conseguida a finales del siglo XX y que realmente es un artificio de estas marionetas políticas para que el nihilismo social se regocije por tenerlo todo y no haber luchado por nada. Alguien dijo alguna vez: "Todo Estado de derecho que se precie debe imitar la Revolución Francesa". O como decía Lenin: "La revolución empieza en casa".

No tengo ya intención de seguir desarrollando este tema, ya que cualquier lector medianamente activo habrá notado que mi falta de ideas desde los dos anteriores párrafos es grave. De este modo, me dispongo a concluir de forma escueta este artículo, que advierto demasiado banal desde el principio, pero también necesario a partes iguales. Así que, lectores inquietos, no crean que un partido político de derechas va a proteger vidas así por así. Recuerden que desde el principio de la política ha sido la derecha la menos proclive al avance en justicia social, y esto no va cambiar. El avance de la derecha va a remolque del de la izquierda. Esta mi pequeña teoría política será expuesta en otro momento en este mismo blog. Hasta entonces, hasta más ver.