jueves, 11 de agosto de 2016

La biblioteca de la Humanidad

Siempre sentí admiración por la naturaleza humana. Nuestra hambre de conocimiento, de ser más que simples primates especialmente hábiles, nos ha guiado durante milenios a través de este inhóspito mundo, resguardándonos en las Matemáticas, la Literatura, la Filosofía, la Música... En tiempos antiguos, hoy ya tinta sobre papel y óleo sobre lienzo, hubo auténticas maravillas dedicadas al ser humano, obras admirables y grandiosas que desde el pasado nos dan un empujón para que abandonemos la desidia que hoy enturbia a Occidente. Hablo de la Academia de Atenas. Hablo de la Biblioteca de Alejandría. Hablo de, ya más actuales, las Universidades de Oxford, Salamanca, Cambridge, ellas tres ecos de esa época en la que, pese a la tenaz dictadura moral y social de la Biblia y quienes la interpretan, se iba a la Universidad a aprender algo y no a abonarse a un puesto de trabajo. En estos lugares, el ser humano se liberaba de sus lastres mortales e intentaba trascender, saberse un dios, conocer todo aquello que asombra nuestras almas.

Las bibliotecas son auténticos paraísos para quienes queremos saber más de lo que ya creemos saber. Cuentan con una estética especial, única e inherente, la estética de renovar y poner a prueba conocimientos, de sentirnos inconformistas y superarnos día a día como seres inteligentes, o así nos intentamos hacer llamar, con más o menos atino según el individuo. No se sabe con exactitud la fecha ni la autoría, pero sí la razón de por qué a mediados del siglo III a. C, la Biblioteca de Alejandría ardió, y con ella papiros y papiros de escritos de los más grandes genios hasta la época. Se estima que en ella había más de 900.000 papiros. Sócrates, Platón, Aristóteles, Sófocles, Diógenes el Cínico, Pitágoras, Heráclito, Parménides, Anaximandro, Anaxímenes, Demócrito... Mucho de lo que por sus mentes pasó acabó reducido a cenizas, las cenizas que producen la guerra y la arrogancia, también parte de nuestra naturaleza, esta más vergonzante y deleznable. El mundo de la Literatura es maravilloso, desconocido y profundamente infavalorado. Sin moverte de tu casa, del tren, el autobús, la playa o dondequiera que estés, puedes surcar la mente de genios tales como Hermann Hesse, José Saramago, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Nietzsche o los anteriormente citados. Es más, puedes leer reflexiones de autores contrapuestos ideológica y pragmáticamente, como pueden ser Hitler y Marx, y de ellos extraer tus propias conclusiones. Sospecho, pues, que los verdugos de la Biblioteca de Alejandría no conocieron jamás los placeres de aprehender aquello que nos supera pero que nos intriga hasta la locura, tal y como le ocurre hoy en día al hombre moderno, sumido en el peor de los nihilismos, del que no se ve salida y sobre el que no sé si prefiero la religiosidad, ya que esta sí censura y la desinformación no es una opción, pero hoy en día la información es prácticamente infinita, e igual desprestigiada.

Sin embargo, no fueron los romanos, culpables del fuego de Alejandría, los mayores censuradores de la Historia. Me atrevería a decir, además, que fueron los menores, ya que en esa época el nivel de información disponible era menor que en la Edad Media ni fueron famosos por ello. En la Edad Media, sin embargo, los frailes, sobre todo, ya empezaban a dar muestras de su capacidad lírica y narrativa, siendo en muchos casos censurados por el Vaticano. Qué curiosa e irónica práctica. Así pues, tras la quema de la primera gran biblioteca de nuestra historia, la que le sustituiría durante toda la Edad Media y 200 años de propina sería la "Biblioteca del Vaticano". Esta ahorraría muchísimo más espacio, ya que solo necesitaba de un libro, el más malvado de la historia, verdugo de incontables vidas, libertades, familias, presos... No, no hablo del Manifiesto comunista, ni de El Estado y la revolución. Tampoco hablo del Corán, no. Ni mucho menos Mein Kampf. Hablo de la Biblia. Durante más de 1000 años fue la excusa perfecta para someter al peor de los yugos al Viejo Continente por completo, y a partir de 1492 al continente Americano. Como he señalado antes, no es tan hiriente la ignorancia de un pueblo cuando la censura está al orden del día, lo es más cuando la información está al alcance de un clic pero preferimos seguir cazando pokémons o usando el filtro del perro en Snapchat. No obstante, esto no sería para siempre, aunque los cardenales y obispos se lo montaran de lujo, ya que llegó el Siglo de las Luces, y las bibliotecas de todo el mundo volvieron a llenarse de sabiduría. Esta vez, a los clásicos habrían de añadirse Locke, Montesquieu, Rousseau, Voltaire, Newton, Leibniz, Galileo, Copérnico como abanderado y emprendedor, Diderot... Todos ellos trajeron no tan nuevas ideas, pero sonaban a novedosas porque llevaban quemadas casi 2000 años, a saber: el ser humano comprendido como observador y entendedor del mundo, la igualdad, la democracia, la justicia, el ateísmo, todas esas ideas que nos diferencian de los animales, aunque no está de más recordar que no somos demasiado distintos a ellos.


Tras la Revolución Industrial, ya perdida toda la ilusión por la democracia y la Ilustración, tras haber sustituido a Dios por la democracia, un cambio que hizo bien por casi 100 años a la Humanidad, vino el verdadero rey, y vino para quedarse. Vino el dinero, y vino acompañado de gigantescos mecanismos y engranajes para condenar la vida del hombre moderno a sus tiránicos caprichos. De la biblioteca de la Humanidad, no se quitó ningún libro. Es más, se añadió La riqueza de las naciones, de Adam Smith, y desde ahí los autores que dieron lugar y sustentan el neoliberalismo y el culto al dinero: Von Mises, Von Hayek, Hernando de Soto, Rüstow... Quizá a partir de entonces las oligarquías aprendieran que había que optar por formas más sofisticadas. Ya no habría que censurar libros, sino darlos todos. Tampoco los canales de televisión, sino bombardearnos con ellos. Ni siquiera con las películas. Postrándolas todas ellas ante nuestros ojos, la enorme cantidad de opciones donde elegir nos da pereza, nos atosiga, y solamente buscamos "evadirnos" de esa vida que tanto ahoga, yendo a la playa, a la montaña, leyendo un libro de autoayuda o viendo una comedia romántica. Si además la publicidad orienta nuestros gustos hacia el modo de vida que ellos desean, el hombre con el que los clásicos y los ilustrados soñaron morirá pronto. Dándonos todo es como consiguieron quitárnoslo. En Alemania mucho tiempo ha estado censurado Mein Kampf, y jamás ha dejado de haber nazis. Quizá ahora, si una persona madura lo coge, podrá saber de primera mano las miserias de Hitler y sus ideas. No le hará falta que se las cuenten en la televisión, porque ella misma podrá, cara a cara, saber qué era lo que de pequeño le dijeron que existía, había que evitar y de hecho no le dejaban investigar. Pero quién sabe si el haberlo legalizado ha sido para que nadie se interese por ello, darle hueco en los medios y seguir con la desinformación que hoy en día nos ahoga y abruma.