miércoles, 18 de noviembre de 2015

Rodeados de inhumanidad

Era obvio: iba a escribir acerca del atentado (o atentados) de París, o al menos lo usaría como pretexto para volver a mis pataletas y berrinches de izquierdista, que suelen resultar molestas para ciertas personas de ideología distinta, lo que, por otra parte, es positivo para nuestra vida política. Llevo varios días reflexionando qué y cómo escribir la enorme cantidad de reflexiones que he almacenado durante estos días y, pensando que he dado con la tecla, me dispongo a recoger aquí algo que creo que ha pasado por alto: la falta de humanidad que observo, ya no en los terroristas, de quienes es más que evidente, sino en quienes sufrimos, directa o indirectamente, estas atrocidades.

Tras los centenares de muertos, otros tantos heridos, las declaraciones de Hollande, el apagón de la Torre Eiffel y una noche para olvidar, saltó a mis ojos una noticia en los diarios europeos: un pasaporte sirio se encontraba en uno de los lugares en los que tantas personas perdieron ese día aquel derecho que abre la puerta a todos los demás, el derecho a la vida, un derecho que, lamentablemente, nos arrebatan nuestros gobernantes condenando nuestro medioambiente o simplemente rescatando bancos privados con dinero de todos, curiosamente esos bancos privados que con una mano recogen nuestro dinero y con otra desahucian familias que, casualmente, han pagado con sus impuestos la continuidad económica del banco. Sospechosas e indignantes paradojas aparte, la reacción de la mayoría de la gente, una reacción que yo, personalmente, pensaba improbable, fue acusar a los refugiados que Europa está recibiendo, con una insultante negligencia, por cierto, de la guerra de Siria. Unos refugiados que, en su país, día a día, con una pasmosa normalidad, sufren los mismos atentados, pero mucho más atroces, ya que países como EEUU, Francia o Israel llaman "justicia" y "democracia" a los asesinatos que perpetran fuera de sus fronteras y "horribles atentados" a lo que ocurre dentro de las mismas.

Sin embargo, hoy me dirijo personalmente a aquellas personas que se quejan de que Europa es demasiado buena, que pone la otra mejilla; sí, me dirijo directamente a vosotros. Alguien declaró que sufrimos los atentados por vivir en "Disneyland". Era Arturo Pérez-Reverte. Usted, Pérez-Reverte debería ser expulsado de su escaño en la RAE por su ignominiosa e inenarrable cara dura y desfachatez, la insultante insolencia de culpar a quienes murieron en París por "no abalanzarse sobre los terroristas". Perdone, señor Pérez-Reverte, hay gente que tiene miedo, aunque resulte novedoso para alguien tan "macho" como usted. Gracias a su fanfarronería ha quedado bien y suficientemente claro lo valiente, inteligente, capaz y especialmente idiota que usted es, pero, por favor, permítanos a los ciudadanos mediocres y despreciables morir con dignidad, ya que se le nota resentido por vivir una vida basada en la soberbia y el plagio. A estas despreciables personas, retomando el hilo, solamente os hago pensar, al menos por una vez en la vida, y situaros en la siguiente disyuntiva. Imaginaos que vuestra ciudad hoy comienza a ser bombardeada, como nuestros vecinos franceses dirían de forma tan irónica como indignante, "From Paris with love". Vuestro esposo o esposa, hijo o hija, hermano o hermana, padre o madre, han muerto. Empezáis a correr despavoridos por salvar vuestra vida, casi estáis a salvo, pero ante vuestra cara os encontráis con vallas, unas vallas que separan Europa de África y Asia y que diferencian al ser humano, nos diferencian en seres humanos con más derecho a morir que otros, porque bajo sus pies hay petróleo, un petróleo que vale más que sus vidas.

No, el problema no es de los refugiados, de ninguna manera. Es más culpable Pérez-Reverte, u Obama, uno por profanar la muerte de unas personas que hoy deberían seguir luchando por sus sueños, y otro por vender armas a un grupo de fundamentalistas para que establezcan unos gobiernos que les beneficien geopolíticamente en mayor medida a la hora de tener mucho dinero y poca vergüenza. Hay días que me arrepiento de ser humano. Días como hoy, mientras escribo esto, desearía ser un animal pacífico, como un ser humano que no cuenta con posesiones económicas o terratenientes, que no puede oprimir a otros y que gracias a él, y a otros seres humanos que viven en sus mismas condiciones de comuna, de colaboración, se mantiene la paz en el mundo. Hoy más que nunca añoro los tiempos de las lanzas, los taparrabos, las pinturas rupestres, el contacto con la Naturaleza y la recuperación de la humanidad. Gracias, dinero, gracias por convertirnos en monstruos. Gracias, Obama. Gracias, Hollande. Gracias, Pérez-Reverte. Gracias, Merkel. Gracias a todos vosotros, que intentáis corromper la hermandad humana. Gracias, porque día a día condenáis a nuestra especie. Así algún día, con suerte, desapareceremos, y Pérez-Reverte, Hollande, Obama o Merkel serán solo leyendas de aquellos tiempos en los que hubo una especie animal que se aniquiló por su sed. La sed de venganza y opresión. La sed de dejar de ser humanos.

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