viernes, 17 de abril de 2015

Pensar está sobrevalorado

Seguramente Friedrich Nietzsche se habría quitado el sombrero ante el título que he decidido para este artículo de opinión. Porque todos los grandes pensadores, defensores del intelectualismo moral en su mayoría, enaltecen la actividad mental en virtud de su grandeza y sus "provechosas ventajas". Pero yo lo pienso al contrario. No creo en absoluto que la actividad del raciocinio nos otorgue sosiego. Y tampoco placer, ni aires de grandeza. Y animo al lector, independientemente de que se haya sentido identificado o no con estas líneas, a reflexionar si alguna vez, a raíz de haber analizado la realidad de forma racional, ha obtenido felicidad, o por el contrario, se ha visto arrollado por la horripilante realidad que nos rodea. Porque los ojos críticos siempre hemos sufrido de pesimismo precisamente porque ese análisis que realizamos indistintamente sobre todo nos arroja juicios tan nefastos que llegamos a concluir de nuevo lo que el título de este texto recoge: que, en los tiempos que corren, pensar es igual a sufrir la penosa realidad que nuestro entorno entraña. Como decía el gran escritor portugués José Saramago, premio Nobel de Literatura en 1998: "Yo no soy pesimista, lo que pasa es que el mundo es pésimo".

Y es que la sociedad nos ha dado una lección sin precedentes a nosotros, defensores del raciocinio: que ahora que ha llegado el nihilismo totalmente a esta (Nietzsche deja en ridículo cualquier premonición de Nostradamus), contaminando todas las estructuras sociales y sumiendo a la gente de a pie en desidia, es cuando esta gente, apartada de temas tan trascendentales como la filosofía y la política, ha alcanzado la felicidad, la comodidad, la inmovilidad. En resumen, la dejadez.
Porque aquí confluyen dos naturalezas humanas, ninguna de ellas más auténtica que la otra, estas son, la necesidad de comodidad y sosiego, en primer lugar, junto a las cuales encontramos el nihilismo anteriormente señalado, y el hambre de conocimiento, de sabiduría, situadas adjuntas al raciocinio. Y desde mi humilde opinión, creo que describen ambas un movimiento especular y opuesto, es decir, que conforme una empieza a situarse en ventaja respecto la otra, automáticamente se abre una enorme brecha entre ambas, quedando así un hueco que tardará varios siglos en invertirse. Solo falta echar la vista atrás y recordar cuándo fue la Edad de Oro del conocimiento y el raciocinio occidentales: desde el Siglo de las Luces, la Ilustración (el siglo XVIII) hasta finales del siglo XIX, consiguiendo finalmente los felices años 20 perpetuar el actual nihilismo en el que vivimos. Junto a esta etapa de distribución de información, conocimiento y razón, es decir, junto al acceso a un nivel de documentación tal, comenzó a crecer el desprecio ante él. De forma especular, como he señalado con anterioridad, esta desidia fue creciendo con el tiempo, mientras que el avance del conocimiento se vio frenado, entre otras razones, por el poco apoyo que los Estados, también corroídos por la dejadez, ofrecen.

Así que, como fruto de un título tan sensacionalista, la conclusión de este escueto artículo va a ser contraria a este, al menos en parte, y es que, aunque normalmente el raciocinio nos lleve a conclusiones pesimistas en su mayoría, no es el pensamiento el que nos ofrece esta desolación, sino que es el propio estado de la dualidad nihilismo/racionalismo el que nos hace pensar que el mundo está en un estado deplorable. Efectivamente lo está, pero no por ello hay que abandonar el pensamiento, porque cuando llegue el momento en que tengamos sobrepeso, canas, o quizá nuestra azotea haya sucumbido a la alopecia, los dientes maltrechos, la cara cubierta de arrugas, los ojos llorosos, las articulaciones doloridas por la artrosis, cuando hayamos sido vencidos por la edad, lo único que nos quedará, salvando casos tan excepcionales como las enfermedades mentales tales como el alzheimer, lo único, será aquel volumen de conocimiento que hayamos adquirido en nuestra etapa de maduración mental, es decir, aquello que hayamos aprendido con total interés, ya sea por medio de la lectura o por medio de la propia intelección. De este modo, aquellas personas que deseemos seguir cultivando la razón sin dejarnos vencer por el culto al cuerpo, no debemos avergonzarnos de mirar con un ojo crítico y otro comprensivo la sociedad, pero tampoco debemos sentirnos superiores. Porque, como ya he señalado antes, ser nihilista es natural en el ser humano, y querer analizarlo todo también lo es, y la negación de cualquiera de estas posiciones es negar una parte de nosotros, y por tanto perder nuestra dimensión humana, al menos en parte, y nunca debemos perder la perspectiva: somos seres humanos y no otra cosa, así que debemos luchar por ser seres humanos perfectos, como ya dije en otro artículo, seres humanos con defectos de seres humanos, y no seres humanos con defectos de dioses a los cuales queremos emular.

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