viernes, 17 de julio de 2015

La tierra de las oportunidades

Tras más de un mes de descanso, hoy vuelvo a alzar mi voz de denuncia y crítica, esta vez en pos de hacer notar mi gran animadversión hacia el sistema educativo español y, en general, a todo el entramado burocrático de deberes y libertades que soportamos desde 1978. Quizá alguien, tras haber leído el título, ha podido pensar en Estados Unidos, ya que tradicionalmente la expresión a la cabeza de este artículo se ha asociado con dicho país, pero esta vez haré uso de esta para designar esta desértica tierra -literal y metafóricamente- que llamamos España y que por desgracia nos ha tocado, en primera instancia, sufrir y, en segunda, de manera más improbable, devolverla a lo más alto, si es que alguna vez se acercó. No olvidemos que las grandes épocas de nuestra tierra tienen un trasfondo oscuro: junto al descubrimiento y conquista de América encontramos masacres y destrucción de culturas y, por poner otro ejemplo, junto a los primeros años del presente siglo, durante las legislaturas de Aznar, el Estado se enriqueció, ciertamente, pero a costa de destruir empleo de calidad y destinarlo al boom del ladrillo, cuya desembocadura estamos sufriendo y no hace falta comentar.

En primer lugar he de señalar la enorme cantidad de oportunidades que los estudiantes, sobre todo de secundaria, disfrutan para obtener el graduado en ESO. Además del currículum normal de cuatro años, que fue el que yo cursé -la LOMCE está cambiando este sistema, pero yo hablaré de lo que he visto y vivido-, los estudiantes menos hábiles, y hago un inciso en esto, estrictamente menos hábiles, tienen como alternativa el Programa de Diversificación Curricular, PDC, mediante el cual atraviesan el mismo número de cursos pero con un currículum mucho más fácil. Por si fuera poco, hay una nueva opción para aquellos que sean incapaces de superar el PDC, y este es el PCPI, cuyas siglas significan Programa de Cualificación y Profesional Inicial, que consta de solamente dos años y mediante la cual, mientras chavales en el último año de ESO estudian funciones matemáticas a un nivel ciertamente alto, chicos de su edad en PCPI dan clases de sumas y restas con varias cifras. Lo más impactante es que al llegar a la segunda quincena de junio, tanto los alumnos de ESO como los del PDC y los del PCPI obtienen exactamente la misma titulación, exceptuando al PCPI que, pese a expedir el título de Educación Secundaria Obligatoria, no permite a los alumnos con esta titulación acceder a Bachillerato. Y no, no estoy en ningún momento pidiendo que haya que erradicar estos dos programas por facilitar el acceso a la misma titulación, ni mucho menos, soy consciente de que existe gente con una menor capacidad para estudiar y por tanto no son hábiles para obtener el titulado estándar de ESO o el del PDC. Sin embargo, lo que yo quiero denunciar aquí es la extremada facilidad con la que un alumno holgazán, que no poco hábil, puede pasar los "angustiosos" años de la educación obligatoria. Es simple, en la ESO no va a dar palo al agua, en PDC aún hay que estudiar con cierta regularidad, así que aún cuenta con una nueva oportunidad para, en solamente dos años, poder trabajar -si es que aún existe eso- y ganarse la vida de forma medianamente digna.
No tendría el menor problema si no fuera porque, como ya he aclarado anteriormente, la educación secundaria es obligatoria y, como obligatoria, no está destinada a insertar conocimientos en las mentes de los adolescentes, su función es formar personas totalmente capaces de desenvolverse en nuestra sociedad, por lo que convierte a la educación obligatoria en ineludible, ya que enseña unos valores que en casa con mamá y papá son imposibles de inculcar. Y, sinceramente, tal y como es nuestra educación, eso es exactamente lo que consigue, que los alumnos se adecúen a la sociedad, a una sociedad que premia por igual al holgazán y al trabajador.

Luego tenemos el caso extremo, el del recién adulto, a partir de 18 años, que ha sido expulsado de la ESO por ser mayor de edad y no le apetece dirigirse a una escuela de adultos, no ya a recibir valores, eso solo lo consiguen los centros de secundaria, sino a obtener un título que da cuenta de que el alumno, efectivamente, es capaz de memorizar una cierta cantidad de contenidos académicos. A mí siempre me ha intrigado el eterno debate entre deberes y derechos. Si este ciudadano no ha cumplido con su deber de obtener una titulación obligatoria e ineludible, no entiendo por qué ha de contar con los mismos derechos que los que sí -obviando claramente los derechos académicos que radican de la titulación de ESO-, de la misma manera en que un menor de edad cuenta con menos derechos justamente porque tiene que soportar menos deberes. En España hemos confundido la igualdad con la infantilidad, es decir, en lugar de dar solamente una igualdad de oportunidades, como debería ser, hemos recurrido a tratar a todos los ciudadanos como niños pequeños, los cuales, pese a no haber cumplido con su deber, siguen contando con sus privilegios. No solo el déficit económico es peligroso.

Finalmente, ahora he de criticar al propio sistema educativo, los profesores que no inculcan valores, es decir, creen que son profesores de universidad que llegan a su puesto de trabajo, sueltan el sermón que ya se saben de memoria por repetirlo, y regresan a su casa con la conciencia tranquila. La educación que se ha de proporcionar en la ESO (y también en Primaria, simplemente he enfocado la crítica hacia la época más problemática de una persona) no debe ser tanto académica, como ya he dicho, sino que debe ser moral, la de la formación de personas capaces de discernir entre lo bueno y lo malo, lo moral y lo inmoral, y cuando esto se haya conseguido, seguidamente enseñar ciertos contenidos que tras su formación superior les servirá para trabajar en lo que han estudiado y, supuestamente, amado.

En conclusión, solamente con la inserción de una asignatura parecida a Educación para la Ciudadanía pero correctamente enfocada y destinada, como he dicho, a formar personas, pienso fielmente que crearíamos una educación de mayor calidad y con mayor aceptación entre los jóvenes, quienes lógicamente no se ven motivados por un libro de Historia de 300 páginas pero sí por una clase excitante en la que se convierten en verdaderas personas, en la que consiguen voz y voto.