martes, 28 de abril de 2015

Mi pequeña teoría histórico-política

En esta ocasión la conclusión va a preceder a la entrada, quedando así relegado a una segunda posición el desarrollo. Y es que con el fin de que el lector no pierda el hilo de lo que se va a exponer, voy a anteponer lo que ha de tener en cuenta para así encontrar en todo momento la conexión necesaria para la comprensión del presente artículo.
Esta conclusión es que la derecha ha ido siempre a remolque del avance de la izquierda. Esta reflexión quedó reflejada en uno de mis anteriores artículos, y retrasé su explicación hasta el día de hoy. Y para comprender esto haré uso de una técnica filosófica que Marx puso a la orden del día: la filosofía histórica.

Evidentemente esta relación entre derecha e izquierda solo existe desde que ambas posturas políticas nacieron, y yo prefiero situar este punto de partida en el siglo XVIII, cuando las monarquías absolutas se empezaron a debilitar, quedando al gusto del lector otra ubicación, pues resultaría igual el análisis. De este modo, hasta que no nazcan los conceptos de derecha e izquierda, serán identificados como conservadores y liberales, como bien sabemos. Si bien es cierto, tomando al pie de la letra estos conceptos, siempre ha habido ciudadanos interesados en mantener su posición (conservadores) y sus opositores, deseosos de un cambio (liberales). No obstante, no ocurrirá una verdadera pugna entre ambas hasta el Siglo de las Luces, y con este criterio sitúo este comienzo en el susodicho siglo.

Sin más dilación, comencemos. Estalla la Revolución Francesa en 1789, y la nación francesa queda dividida entre proclives al objetivo revolucionario, es decir, derrocar a los Borbones y crear una República democrática, y los adeptos a la burguesía acomodada y otros allegados a las clases altas en general, cuya intención era frenar esta Revolución para mantener su privilegiada situación. Se suceden las batallas, el rey va perdiendo poder, y el 21 de enero de 1793 es ajusticiado en París. La Revolución ha triunfado, se redacta la Constitución, se crean los primeros partidos políticos. Ha nacido la primera democracia europea. En este momento, los allegados al anterior régimen borbón se reorganizarán adaptándose en torno a las nuevas reglas de juego, y así estos conservadores, a la vista de su derrota, darán un pasito hacia delante para ser aceptados en el proceso de la República y así obtener lo que siempre han ansiado: poder, posición privilegiada, no importan los principios personales que tengan que rechazar.
Cabe destacar la obra del liberalismo aquí, que jamás dejó de abogar por el bien de la nación, mientras el hipócrita conservadurismo se readaptó con un fin totalmente distinto.

Poco después, los liberales, y ya hablamos a nivel europeo, se fragmentan, ya que los pertenecientes a las más altas clases como fruto del acto de gobierno se posicionan a favor de los conservadores, puesto que su posición privilegiada les impide ver que aún hay gente que lo está pasando mal y hay que trabajar por ellos. Así, habrá una nueva corriente, el centro, que coge lo mejor (o lo peor, según se mire) de cada posición. Sin embargo, el progresismo más leal no cambió, sino que siguió con la vista dirigida a la redención de las clases bajas, la consecución de la igualdad, la fundación de un Estado justo. No obstante, la hipotética colaboración entre centro y conservadurismo va a ser mayor que la presumible entre centro y progresismo.

De esta manera, pese a este suceso en el seno del liberalismo, su trabajo fue incesante, y, ya metidos en el siglo XIX, se consiguió en Gran Bretaña que la jornada laboral fuera legalmente de 8 horas, con una rápida extensión por el resto de países liberales, o al menos con intención de ello. Esta consecución, solamente atribuible al liberalismo (recordemos que alguna vez el conservadurismo defendió a los reyes, mercenarios de las clases bajas), fue al principio rechazada por los conservadores, pero no pasó mucho tiempo así. Poco después el conservadurismo aceptó esta premisa también. Los tiempos cambiaban, había que avanzar de la mano para no quedarse atrás. Modifico levemente la frase: "ser hipócrita o morir", en lugar de "renovarse o morir".

Está bien, gracias a la influencia del marxismo y el socialismo se consigue que el conservadurismo acceda a una legislación para proteger al trabajador. ¿Accederían ahora a reducir el derecho del burgués en virtud del obrero que tiene contratado, o al menos a equilibrar ambos? Es curioso, porque aquí el liberalismo económico se relacionó casi inmediatamente al conservadurismo social, obteniéndose así una contraposición entre liberalismo económico y liberalismo social. Sin embargo, en un primer momento, la intención era unidireccional, antes del nacimiento del neoliberalismo, es decir, durante el liberalismo a secas era la de dar libertad a la industria, al burgués, sin olvidar la legislación en virtud del obrero anteriormente referida, obviamente. Vaya, qué sorpresa, los conservadores dan un paso adelante por la libertad, pero no por la libertad a secas, sino por su libertad. Esto sería así hasta el siguiente siglo, el XX.

Entró el siglo XX, con el socialismo bien arraigado, y se crean los primeros sindicatos, ellos apoyados obviamente y casi únicamente por los obreros, y prácticamente nunca por el burgués por razones obvias. De este modo el conservadurismo vería con malos ojos esta acción de redención trabajadora, puesto que conllevaría un recorte en el derecho del burgués, es decir, contradiría al liberalismo económico, de modo que la primera acción del conservadurismo sería posicionarse completamente en contra de esta acción política, una postura que duraría unos 100 años.

Durante la Transición (aunque no me gusta etiquetarla como un triunfo de la izquierda o el liberalismo, ya que hay indicios, como el 23-F, de que el deseo de Franco de dejarlo todo atado y bien atado se llevó a cabo), viendo los franquistas que su anticuada, fascista y deleznable forma de gobierno ya no iba a ser posible, se organizaron en nuevos partidos, dando otro pasito, siempre a remolque de quien intenta empoderar a las clases bajas, mayoritarias y, hoy en día, sin voz. Así, surgieron, de manera más multitudinaria, Alianza Popular, que luego desembocaría en el archidemocrático Partido Popular, y UCD, Unión de Centro Democrático, encabezado por Adolfo Suárez, el mayor farsante, después de Juan Carlos I, que se ha conocido en la historia política de España.

Ahora, recién entrado el siglo XXI (recordemos que llevamos 15 años de siglo, algunas personas se permiten el lujo de decir "pleno siglo XXI"), los partidos conservadores, véanse el PP, el PSOE y otros cuantos de menor importancia, piensan que los sindicatos son una parte importante de la democracia. Pero se les olvida que durante la construcción de esta, precisamente los conservadores se opusieron tácitamente a la creación de estos. Sin embargo, el conservadurismo y su gran influencia ha actuado de manera muy ágil, situando a la cabeza de los grandes sindicatos a auténticos burgueses, contradiciendo al ineludible principio marxista de la horizontalidad, es decir, la alianza de los obreros ha de ser entre sí, y nunca con gente de "encima". Cabe destacar que no es lo mismo el pasado del PSOE, con Pablo Iglesias y sus intenciones para y con el pueblo, que el pasado del conservadurismo, la posición hacia la cual el PSOE ha orientado en los últimos años su acción.

De este modo, vemos cómo ha sido la izquierda o el liberalismo, llámenlo como quieran, quien ha luchado siempre por la libertad. La posición del conservadurismo ha sido la de quedarse en su situación o incluso dar un paso atrás, y dar los pasos hacia adelante solo cuando no hay vuelta atrás y la sociedad ha aceptado el avance propuesto por el liberalismo.
Espero que este artículo, más bien complementario de aquel en el que se refiere a lo aquí expuesto, haya servido como suplemento para comprender ese artículo en el que no lo expliqué todo.
Hasta otra, y no permitamos que la palabra "rojo" sea un insulto, sino un halago.

viernes, 17 de abril de 2015

Pensar está sobrevalorado

Seguramente Friedrich Nietzsche se habría quitado el sombrero ante el título que he decidido para este artículo de opinión. Porque todos los grandes pensadores, defensores del intelectualismo moral en su mayoría, enaltecen la actividad mental en virtud de su grandeza y sus "provechosas ventajas". Pero yo lo pienso al contrario. No creo en absoluto que la actividad del raciocinio nos otorgue sosiego. Y tampoco placer, ni aires de grandeza. Y animo al lector, independientemente de que se haya sentido identificado o no con estas líneas, a reflexionar si alguna vez, a raíz de haber analizado la realidad de forma racional, ha obtenido felicidad, o por el contrario, se ha visto arrollado por la horripilante realidad que nos rodea. Porque los ojos críticos siempre hemos sufrido de pesimismo precisamente porque ese análisis que realizamos indistintamente sobre todo nos arroja juicios tan nefastos que llegamos a concluir de nuevo lo que el título de este texto recoge: que, en los tiempos que corren, pensar es igual a sufrir la penosa realidad que nuestro entorno entraña. Como decía el gran escritor portugués José Saramago, premio Nobel de Literatura en 1998: "Yo no soy pesimista, lo que pasa es que el mundo es pésimo".

Y es que la sociedad nos ha dado una lección sin precedentes a nosotros, defensores del raciocinio: que ahora que ha llegado el nihilismo totalmente a esta (Nietzsche deja en ridículo cualquier premonición de Nostradamus), contaminando todas las estructuras sociales y sumiendo a la gente de a pie en desidia, es cuando esta gente, apartada de temas tan trascendentales como la filosofía y la política, ha alcanzado la felicidad, la comodidad, la inmovilidad. En resumen, la dejadez.
Porque aquí confluyen dos naturalezas humanas, ninguna de ellas más auténtica que la otra, estas son, la necesidad de comodidad y sosiego, en primer lugar, junto a las cuales encontramos el nihilismo anteriormente señalado, y el hambre de conocimiento, de sabiduría, situadas adjuntas al raciocinio. Y desde mi humilde opinión, creo que describen ambas un movimiento especular y opuesto, es decir, que conforme una empieza a situarse en ventaja respecto la otra, automáticamente se abre una enorme brecha entre ambas, quedando así un hueco que tardará varios siglos en invertirse. Solo falta echar la vista atrás y recordar cuándo fue la Edad de Oro del conocimiento y el raciocinio occidentales: desde el Siglo de las Luces, la Ilustración (el siglo XVIII) hasta finales del siglo XIX, consiguiendo finalmente los felices años 20 perpetuar el actual nihilismo en el que vivimos. Junto a esta etapa de distribución de información, conocimiento y razón, es decir, junto al acceso a un nivel de documentación tal, comenzó a crecer el desprecio ante él. De forma especular, como he señalado con anterioridad, esta desidia fue creciendo con el tiempo, mientras que el avance del conocimiento se vio frenado, entre otras razones, por el poco apoyo que los Estados, también corroídos por la dejadez, ofrecen.

Así que, como fruto de un título tan sensacionalista, la conclusión de este escueto artículo va a ser contraria a este, al menos en parte, y es que, aunque normalmente el raciocinio nos lleve a conclusiones pesimistas en su mayoría, no es el pensamiento el que nos ofrece esta desolación, sino que es el propio estado de la dualidad nihilismo/racionalismo el que nos hace pensar que el mundo está en un estado deplorable. Efectivamente lo está, pero no por ello hay que abandonar el pensamiento, porque cuando llegue el momento en que tengamos sobrepeso, canas, o quizá nuestra azotea haya sucumbido a la alopecia, los dientes maltrechos, la cara cubierta de arrugas, los ojos llorosos, las articulaciones doloridas por la artrosis, cuando hayamos sido vencidos por la edad, lo único que nos quedará, salvando casos tan excepcionales como las enfermedades mentales tales como el alzheimer, lo único, será aquel volumen de conocimiento que hayamos adquirido en nuestra etapa de maduración mental, es decir, aquello que hayamos aprendido con total interés, ya sea por medio de la lectura o por medio de la propia intelección. De este modo, aquellas personas que deseemos seguir cultivando la razón sin dejarnos vencer por el culto al cuerpo, no debemos avergonzarnos de mirar con un ojo crítico y otro comprensivo la sociedad, pero tampoco debemos sentirnos superiores. Porque, como ya he señalado antes, ser nihilista es natural en el ser humano, y querer analizarlo todo también lo es, y la negación de cualquiera de estas posiciones es negar una parte de nosotros, y por tanto perder nuestra dimensión humana, al menos en parte, y nunca debemos perder la perspectiva: somos seres humanos y no otra cosa, así que debemos luchar por ser seres humanos perfectos, como ya dije en otro artículo, seres humanos con defectos de seres humanos, y no seres humanos con defectos de dioses a los cuales queremos emular.

jueves, 2 de abril de 2015

La intransigencia y otras plagas sociales

Siempre desde la tolerancia (quizá "respeto" no sea el término más adecuado para esta frase) vengo observando una serie de curiosas prácticas que me han llevado a escribir este artículo. Y es que las fechas acompañan. Crisis política, social y económica en España, a término más general, actualmente Semana Santa, y paralela a ella, un extracto social que en un esfuerzo por advertirse superior al resto de españoles habla de cualquier forma de pensar distinta de la suya como si fuese despreciable por el simple hecho de considerarla "contraria al intelecto". No puedo reprimir un pensamiento que aflora en mí automáticamente: cientificismo.

Me dispongo a explicarlo. El ser humano es un animal asombroso, capaz de avances tales como Internet, gracias al cual ustedes pueden leer esto, y también capaz de aberraciones, véase la Inquisición, fruto de la intransigencia religiosa, o véase el Holocausto nazi, fruto de la intransigencia cientificista, o mejor dicho, fruto del cientificismo en sí, que, a mi parecer, ya recoge por defecto una connotación intransigente. Y es que en nuestro afán por ser superiores a algo, a lo que sea, esta es nuestra naturaleza y somos incapaces de neutralizarla, o quizá sí; como decía, en nuestro afán por sentirnos superiores pisoteamos cualquier forma de pensamiento distinto al nuestro para así corroborar una vez más que nuestra opinión es la más perfecta simplemente por ser nuestra, y nunca vista desde un punto de vista lógico, o quizá sí, y metiéndonos en metafísica, quizá el entendimiento humano sea único y distinto en cada persona, lo que provoca que en campos tan subjetivos como la opinión haya posturas tan contrarias y todas vistas como la mejor por sus respectivos seguidores, que sienten que mediante argumentos lógicos han obtenido la certeza de que es la suya y no otra la opinión que hay que seguir. Dejando de lado la metafísica, un campo de la filosofía verdaderamente interesante, hago hincapié en algo. En el afán de superioridad, el germen de todos los males del hombre. Porque en nuestra imperfección, o nuestra perfección, considerando como ser humano perfecto al más imperfecto de todos, esto significa que no podemos evitar nuestra imperfección, lo cual creo que es verdad; como decía, en nuestra imperfección olvidamos la empatía, tan necesaria en los debates lógicos o que pretenden serlo, y olvidamos que igual que nosotros pensamos que nuestra opinión es mejor, el otro también lo va a pensar, de modo que nunca conseguiremos cambiarnos de opinión mutuamente. De este modo, un debate no debe ser visto como una batalla en la que se persigue una victoria de una ideología u otra, sino como una exposición de dos o más posturas distintas acerca de un mismo tema para que así quien no tiene una opinión formada consiga discernir entre lo que le parece bueno o malo; por lo tanto, las personas encargadas de debatir deben exponer su punto de vista con audacia, sí, para ganarse adeptos, como si pretendiesen hacer cambiar de opinión a su "adversario", pero siempre teniendo en cuenta que no es esa la finalidad de este debate. Y esto se puede extender a cualquier área del saber, ya sea política, ciencia, filosofía, creencia...

En fin, retomando el tema central; es impresentable que haya gente (creyentes o no) que, por el simple hecho de suponer que su opinión es la mejor, pretendan posicionarse por encima de otra ideológicamente, cuando la base de la democracia es el respeto, la comprensión y la libertad de expresión, nos guste o no la opinión de otra persona. Claramente, hay "opiniones" que objetivamente son dañinas, como puede ser la pederastia. En ese supuesto todos los socios, porque somos socios, y formamos una sociedad, estamos de acuerdo en que pensar que la pederastia es buena no es un pensamiento lógico; sin embargo, sí lo es ser ateo o creyente, de izquierdas o de derechas, seguidor de Nietzsche o de Santo Tomás...

Así que, por favor, conciudadanos míos, que tan orgullosamente se autoproclaman progresistas y defensores de la libertad, prediquen con el ejemplo, y permitan que al igual que ustedes son ateos, o agnósticos, hay gente creyente, y lo son con el mismo derecho que ustedes no lo son. De modo que no sean ateos por parecer intelectuales, ya que criticar opiniones de forma tan gratuita no tiene ni un ápice de intelectualidad, al contrario, deja a la vista su falta de respeto y su intransigencia, lo que entra en conflicto con su estandarte de demócratas con el que pasean.

Tras haber expuesto una vez más mi opinión y haberme quitado un nuevo peso de encima, hasta más ver, y espero que sea en una nueva exposición acerca de temas que me inquietan.